Que entre los creyentes en las diversas paranormalidades hay creyentes sinceros no resulta ninguna novedad.
Sin embargo hay una tendencia a considerar que hacia estos no puede existir crítica. No me refiero, claro está, a las críticas a sus creencias u opiniones, que estas, las mantenga quien las mantenga y con actitud sincera o fingida, siempre pueden ser criticadas. O, mejor, deber ser siempre sometidas a crítica y revisión.
Pero, si se entiende que a los embusteros, se les puede criticar esa actitud de fingimiento, al margen de la opinión que sustenten o aparenten sustentar, se debe reconocer que cualquier actitud de un creyente sincero, excepto el hecho mismo de esa sinceridad como tal, es susceptible de crítica, llegado el caso.
Un ejemplo sería la resistencia al necesario sometimiento a crítica y revisión de las propias creencias. Uno puede ser muy sincero en sus creencias, y no ser criticado por ello, pero si por la tendencia a sobreproteger sus opiniones mediante recursos ilegítimos de cualquier tipo.
Sin embargo, parece existir esa reticencia a aceptar esas críticas hacia los creyentes sinceros o, por lo menos, a considerar necesaria una moderación del rigor de las mismas. Especialmente, entre los mismos creyentes sinceros, claro, pero no exclusivamente. Algún escéptico que otro parece adoptar esa misma actitud “caritativa” hacia el creyente sincero. Incluso algún sospechoso de ser un embustero declarado, no obstante de aprovechar en su beneficio la credulidad sincera, se escandaliza ante la contundencia de las críticas.
Escribo esto porque no estoy de acuerdo.
La crítica hacia actitudes debe ser absolutamente rigurosa y contundente. Tanto, al menos, como es la que recibimos aquellos que la ejercemos, precisamente, por considerar quienes nos las dirigen que esta actitud nuestra la merece.
Y es que parece pensarse que solo el embustero atenta contra la verdad. He tenido la alegría de comprobar que no estoy solo. Fernando Savater, en su último libro, “La Vida Eterna” lo escribe muy bien, y remite a un libro de Harry G. Frankfurt, “On Bullshit: Sobre la manipulación de la verdad”, que aborda a nuestros protagonistas de esta entrada: los charlatanes.
Desde luego, los embusteros adoptan formas propias de los charlatanes, pero estos no se agotan en aquellos. Hay charlatanes sinceros.
El charlatán no es un mero creyente que guarda íntimamente sus opiniones o la ofrece en foros y reuniones de personas que comparten esas creencias con el objetivo de depurarlas o simplemente compartirlas. El charlatán, para ser tal, hace proselitismo, difunde su idea, la vende o propaga. Se cree investigador, o pretende ejercer de ello, o divulgador, más o menos modesto, a través de libros, revistas o medios audiovisuales, fomenta reuniones, intercambios, visitas e investigaciones.
Y, mientras el embustero concede existencia a la verdad, pero la teme o la oculta por interés propio considerándola por tanto un enemigo de ese interés y aliada de sus víctimas, el charlatán sincero desprecia directamente la verdad, los criterios que la puedan validar y las actitudes legítimas ante la ausencia de estos últimos.
El charlatán sincero opera como tal charlatán y usa los recursos del oficio. Recurre al relativismo, se apoya en “nuevos paradigmas”, en el nihilismo o el escepticismo radical. Pero lo hace a conveniencia. Ante un público crítico, o cuando se suscitan temas que no comparte, será conciliador, hablará de lo esquiva que resulta la “Verdad”; pero a propósito de su propio “producto” y ante público bien dispuesto, no mostrará ni una duda, hablará de lo evidente que resulta y de la ceguera o interés de las dudas de los críticos. Entonces dudar de todo se convierte en crimen, aunque los críticos sostengan cosas como ciertas y sean los sinceros charlatanes quienes hablaban de relativismos y paradigmas.
Y, partiendo de su sinceridad, creen que su carácter “auténtico” es suficiente para demasiadas cosas.
Primera y fundamentalmente, para salvaguarda y escudo ante las críticas. La mentira directa les parece el único atentado reprobable, mientras que, si uno cree realmente lo que dice, puede faltar a la verdad por negligencia, desinterés o mero desprecio y sustentar y propagar sus ideas por creer sinceramente en ellas sin más obligación.
Pero también cree el charlatán que sus diatribas a críticos y embusteros se convierten, por el mero hecho de ser sinceras, en ciertas o legítimas. No es que, como todos, crean tener derecho a criticar aquello del mundillo paranormal que les parezca merecedor de ello, es que creen ser los únicos en tenerlo en rigor, en virtud de su autenticidad, y ser para ellos, en consecuencia, las únicas críticas no influenciadas por intereses ajenos al “mundo del misterio”, como si el respeto a la verdad y el conocimiento no incluyeran ese peculiar “mundo”.
El charlatán atenta contra la verdad tanto como el embustero, si no más, aunque lo hace en una forma distinta a la de este. Una forma que incluye estrategias sibilinas, deliberadamente encaminadas a proteger sus creencias y usadas a discreción.
Y debe ser criticado por ello.