lunes, diciembre 20, 2004

Otra vez la pantalla de Manuel Capella

Manuel Capella, del que ya escribimos un par de veces en esta misma bitácora, es el único miembro de la SEIP que ha participado con cierta regularidad en la lista de correos “charlatanes”, en Yahoo.

En su último escrito en “Desde mi pantalla” hace unas reflexiones a partir de esa experiencia, que él describe como “estar tras las líneas enemigas”, no sin cierto humor. El artículo se titula “El Tato, ante la línea enemiga” y tiene fecha del 15.12.2004.

Evidentemente, se trata de una reflexión muy personal, y por ello refleja sus impresiones acerca de nosotros, “los negativistas”, “críticos” o “escépticos”, más rica tras el contacto en estas semanas. Mi comentario sobre el escrito se basa en cierta tristeza al comprobar la prácticamente nula impresión favorable del “escepticismo” en general que hemos sido capaces de transmitirle, y constituye mi propia reflexión sobre algunas de estas cuestiones más que una crítica del artículo.

Capella menciona expresamente que no pretende generalizar y deja de lado la cuestión personal; sus reflexiones parecen asignarse al “escepticismo” como tal, más que a unas determinadas actitudes personales, y por ello, dejando de lado en qué “tipo” de persona se me coloca, me siento aludido por su crítica al pensamiento crítico.

Para empezar, no hemos sido capaces de hacer entender a Capella que no tenemos más enemigo que el que todos debemos tener, el charlatán, el embaucador y el mentiroso. Combatir una idea no es ser enemigo de nadie. Cuando debatimos no estamos en ninguna cruzada, estamos debatiendo, y al parecer, es la misma existencia del debate lo que nos convierte en negativistas. Se acepta debatir ciertos temas, pero algunas cuestiones no son debatibles sin ser clasificado como negativista. Llamar irracional a ciertas creencias y opiniones no es peor ni mejor que llamar “negativistas” a las contrarias, como hace Capella. El piensa que nosotros creemos, de alguna manera, ser poseedores de la verdad, sin que hayamos conseguido hacerle entender que para que nadie pueda ser acusado de ello, debe ceñirse a determinados criterios argumentativos, criterios libres, independientes, aplicables a toda cuestión. No entiende, sea cual sea la razón, que existen opiniones racionales y existen opiniones irracionales, y que eso no se decide por decreto ni tras una de las “líneas en combate”.

Los criterios que permiten decidirlo están a disposición de todo el mundo y son el fruto de miles de años de refinamiento del arsenal lógico y metodológico por parte de muchos hombres ilustres dedicados a ello y cuentan con mucha experiencia en combate. Ni una sola, ni una, de las aportaciones al conocimiento que no provengan de la mera aplicación del sentido común ha sido hecha prescindiendo de ellas. Nosotros no pedimos que sigan nuestras normas, les decimos que no siguen las normas que se han demostrado útiles y necesarias en la formación del pensamiento. Por poner un ejemplo sencillo, si alguien usa de argumentos contradictorios, si tanto afirma una cosa como su contraria para sostener su razonamiento, rechazarlo no es una cuestión de actitud personal ante ello, es una medida de higiene mental. No es un capricho ni una conclusión personal o corporativa de los “escépticos”, simplemente la reflexión sensata sobre ello muestra la inconveniencia de tal línea de pensamiento y la ilegitimidad de cualquier afirmación basada en ella.

Ciertamente, otras falacias son más sutiles y requieren una mayor profundidad en el pensar, pero es que no se debate sobre su “valor” sino sobre el mero hecho de mencionar que esos pensamientos son falaces. Al parecer, sostener simplemente que algo es falaz ya es ser “negativista”. Parece cómo si solo fuera necesario el rigor cuando se hace Ciencia, y que todo lo que se afirma fuera de ella gozase de una especie de bula respecto a la racionalidad. Tanto vale la opinión arbitraria y poco reflexiva como la escrupulosa con las leyes de la argumentación, basta, al parecer, con que se pueda decir que “eso no puede ser demostrado por la Ciencia” para que cualquier negación de la racionalidad o legitimidad de las opiniones emitidas sea considerada algún tipo de agresión dogmática. Todo en ello sin mencionar siquiera el aspecto epistémico, todo emocional o de aplicación de conceptos ¡políticos! Es como si alguien dijera que negar racionalidad a la afirmación de que la Tierra es triangular es un atentado contra la libertad de expresión.

Sin embargo, Capella, como otros como él, no creen muchas de las cosas que afirman tras sus “líneas”. ¿Es una cuestión de capricho o aplican algún criterio racional a la cuestión? ¿A qué se debe que no funcione igual cuando se aplican a las suyas? ¿Son negativistas respecto a esas afirmaciones? La actitud general de Capella y las personas que piensan como él respecto a esas afirmaciones que no creen parece ser la de no creer lo que dicen y…nada más. A veces no parece que puedan justificar por qué no creen en ello.

Capella insiste en una vieja argumentación. Consiste en repetir que si no has hecho una regresión, por ejemplo, no puedes opinar sobre ello. Cree Capella que consiste en una negación a priori y sin interés o curiosidad por esas cuestiones.
Es curioso el hecho de que nunca reclaman semejante cosa a quienes proclaman su apoyo a esas hipótesis sin haber hecho ninguna y solo les oyen hablar de ello o las han contemplado en televisión o lo han leído en sus artículos y libros, y que la única pretensión que escribir esos libros y artículos puede tener es argumentar a favor de ello o divulgar pruebas a favor. Cuando alguien dice en un foro o lista de discusión que creen en ellos gracias a las “investigaciones” y los libros que las divulgan, nunca les dicen que esa es una opinión infundada. Pero si se permite valorar positivamente lo expuesto en sus libros, artículos y conferencias, ¿por qué ha de ser distinto con las valoraciones negativas? ¿Por qué no debatir los argumentos críticos y dejarse de pamplinas? En el caso de que presenten argumentos a favor de sus afirmaciones, estos ya pueden ser sometidos a valoración. Algunas personas los consideran suficientes, pero otras no, y cuál tenga razón es una cosa que se puede decidir. Otras veces se describen experimentos, y estos, como no puede ser de otra manera, pueden ser criticados. Y en otras ocasiones faltan tanto los argumentos como los estudios, y en ese caso, la mera puesta en relieve de ese hecho debería ser más que suficiente para sostener una crítica.

¿Cree Capella que nacimos sin curiosidad, ignora que la mayoría, por no decir todos los escépticos han sido creyentes y seguidores más o menos entusiastas de estas cuestiones? ¿No está claro que no es una negación a priori, sino la mera aplicación de criterios sencillos y al alcance de todos? Supongamos que alguien afirmara que la Tierra tiene un borde, un abismo que es el límite del planeta. ¿Sería una actitud negativa desechar desde el sillón semejante afirmación? ¿Sería una mala actitud exigir pruebas contundentes de ello a quien defendiera semejante cosa? Desde luego algunas cuestiones son más oscuras, pero ante una crítica la actitud conveniente es replicar con refutaciones y más datos, no decir que el crítico debiera emprender un viaje hasta el “fin del mundo” antes de hablar.

Creo que todo esto explica la contradicción entre lo que Capella piensa que debiera ser el “verdadero escepticismo” y lo que cree ver en nosotros. Piensa que el escéptico duda y que con esa duda se define su actitud esencial. Es una simplificación que, como digo, tal vez no hemos sido capaces de aclarar. Piensa Capella que la actitud ante esos fenómenos debiera ser, en perfecta coherencia con la actitud escéptica, de duda permanente. Pero Capella no parece entender que lo que nosotros negamos son sus afirmaciones acerca de esos fenómenos. Nosotros “combatimos” afirmaciones.

Los defensores de esos fenómenos solo aparentan, en el mejor de los casos, una duda formal, refugiando su verdadera opinión en un terreno etéreo al que llaman creencias. Como dije, pretenden que sus creencias no puedan ser examinadas, a pesar de que para defenderlas usan de argumentos, experiencias y sus interpretaciones, datos en general y cadenas de razonamientos. Y son esas las que atacamos como el escéptico clásico ha atacado siempre las afirmaciones de conocimiento. Cuando el escéptico dice que no existe la telepatía, por ejemplo, está diciendo que no existe nada que autorice a pensar que si existe y lo sostiene en su crítica de esas afirmaciones. El escéptico moderno, desde el momento en que defiende el método científico y el pensamiento racional, establece la duda como partida en el sentido de que pide el examen libre de prejuicios desde la racionalidad y como exigencia de esta misma condición, pero no por ello renuncia al examen de toda afirmación, pues es consciente de que, no por carecer de certezas, debemos carecer de espíritu crítico capaz de decidir la racionalidad de las propuestas. El escéptico desconfía de las afirmaciones en tanto no son justificadas o estas justificaciones son insuficientes, pero no cae en el nihilismo de asegurar que nada se puede saber. El escéptico no duda de que la forma de la Tierra es aproximadamente esférica, sabe que existe suficiente justificación para afirmar que es así. Y niega la realidad de la telepatía, por seguir con nuestro ejemplo, sobre esa misma base.

Capella dice que no ha sido capaz de encontrar artículos respecto a la Ciencia pura en nuestros sitios en la red. Tal vez piensa que ese es un síntoma de algo, creo que se equivoca. Sin embargo debe ignorar que muchos de los escépticos dedican su vida profesional a la ciencia, que muchos colaboran con su escritos en lugares de la red dedicados a la divulgación de la ciencia y que muchos de nuestros blogs compaginan ambas cosas. Divulcat, Un dragón en mi garaje, 100cia, Ciencia15, Homo Webensis, Evolucionarios, El Lobo Rayado, Tio Petros y tantos otros sitios son ejemplos de ello, además de ser muy recomendables.

En lo que Capella acierta es anotar la reacción negativa de los creyentes de a pié a nuestras intervenciones. Siempre ha sido así, es difícil hacer entender que es lo que decimos y que es lo que no decimos. Y como Capella advierte, sustituir la necesidad de creer por una actitud más racional es muy difícil. Pero no desespero, y algún éxito reciente podemos apuntarnos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buena respuesta, compa. Me gustó el buen rollito de Capella en su texto, habría querido dejar constacia de eso (aparte de mis discrepancias)en su página, pero soy torpe y no encontré apartado para respuestas.

Por lo demás, únicamente señalaría que negar es tan lícito como afirmar, y que afirmar con pruebas simplonas y de matarife es mucho más tonto que negar con el apoyo de la lógica; y que, aunque sería bonito ir rescatando de uno en uno a todos los practicantes de ouijas varias, esa es labor de misionero... la mayor parte de los bloggeros que yo conozco se dirigen hacia el que lee de manera eventual, quizá a punto de caer en las garras de la estupidez, pero todavía indeciso.

Por lo que hacéis con los casos del último ejemplo os doy las gracias a los que dedicáis tiempo y talento al tema.

Adler