jueves, agosto 27, 2009

Diferencias genéticas

Este mes de agosto he podido, como otros millones de personas más, contemplar a Usain Bolt batir el record de velocidad en las pruebas atléticas de 100 y 200 metros lisos durante los campeonatos mundiales de atletismo. La admiración por su gesta suele provocar comentarios de todo tipo y, entre los amigos que contemplamos el evento deportivo juntos, surgió uno bastante tópico acerca de la superior capacidad de las personas negras para esa especialidad deportiva, entre otras.


 

Una cosa llevó a otra y al final surgió el debate sobre la inteligencia y su supuesta presencia desigual entre las diferentes razas. La discusión no fue a más por varias razones. Somos amigos y no quisimos llevar demasiado lejos la cuestión por temor a la aparición de incómodas acusaciones, el deporte seguía en televisión, el granizado de mojito cubano requería cierta atención que en esos momentos nos parecía preferencial, etc. Aún así hubo tiempo para que todos, si bien quizá no por turno, expusiéramos algunos argumentos y rebatiéramos los de otros.


 

Algo después, en un aparte mientras vigilábamos la carne en la barbacoa, uno de mis amigos me dijo que no acababa de entender mi posición. Fue incapaz de determinar por mis palabras si yo tenía la opinión de que existían diferencias raciales respecto de la inteligencia o no. Le contesté que eso probablemente se debiera a que yo creía en la existencia de esas diferencias pero no en la existencia de las razas. Mi amigo, tras contemplar mi vaso y el suyo, dejó correr la cosa y cambió rápidamente de tema, supongo que en nombre de nuestra amistad.


 

Aclaro aquí y ahora a Juan lo que quería decir.


 

No creo en la existencia de las razas humanas. No es una mera creencia o una opinión mía, ni tengo la formación académica para determinar algo así por mí mismo. Sigo la opinión mayoritaria en la Biología y la Antropología actuales. Desde 1905, el término "raza" fue eliminado como valor taxonómico, aunque tiene aplicaciones en algunas especies, como los perros. Su valor era el de sub-especie. Actualmente se habla de "poblaciones" o de "etnias". Esto no supone la ignorancia de la diversidad genética humana. Disciplinas como la Genética de Poblaciones o la Antropología Genética se dedican a su estudio, precisamente. Pero no resulta posible realizar una separación en razas al modo de los animales domésticos debido, principalmente, al flujo genético humano entre poblaciones. Se estima que dos personas difieren entre sí (sin tener en cuenta su origen) en un par de bases de su ADN de cada mil, mientras que, por ejemplo, en el chimpancé ocurre justo con un valor del doble.


 

Sin embargo, como decimos, existen variaciones genéticas. La distribución del grupo sanguíneo, el factor RH, la pigmentación de la piel y otros polimorfismos así como la concentración poblacional de genes como el de las células falciformes y otros muestran la posibilidad de que, con el tiempo necesario y el debido aislamiento genético, hubieran podido darse razas humanas e incluso especies diversas.


 

Aunque esto no ha ocurrido ni parece ya posible ocurrir en nuestra llamada "aldea global", si se dan concentraciones de variaciones genéticas específicas en algunas poblaciones. Sobre todo en aquellas que se han mantenido más tiempo en un relativo aislamiento. (Relativo, también, debido a la reciente historia de la especie humana y su dispersión, hablando en tiempos evolutivos)


 

El mecanismo es sencillo. La vieja historia de la Selección Natural. Las células falciformes, por ejemplo, proporcionan una resistencia a enfermedades como la malaria o el paludismo. La simple supervivencia diferencial de sus portadores explica su mayor presencia en determinadas poblaciones donde esas enfermedades están presentes. Esas personas, trasladadas a otro entorno, perderán la frecuencia de la presencia de ese rasgo puesto que, además, causa una enfermedad genética de menor gravedad que aquellas contra las que presenta resistencia. El flujo genético haría el resto.


 

¿Y qué ocurre con la inteligencia?


 

A pesar de la dificultad de proporcionar una definición universal, o de medirla, no cabe duda de que existe una característica a la que solemos llamar inteligencia. También parece indudable que, por alta que sea la influencia del ambiente o la cultura en su desarrollo, posee un trascendente aspecto genético original. Desde esa perspectiva, las diferencias mayores se dan entre individuos, sea cual sea su origen, que entre poblaciones o etnias. La diferencia entre dos hermanos, por ejemplo, suele ser advertida por mera observación.


 

Bien, unamos lo dicho sobre poblaciones a la cuestión de la inteligencia.


 

El biólogo Jared Diamond en su premiado estudio "Armas, gérmenes y acero" no deja de insistir en todo momento en la insignificancia de las explicaciones biológicas para las diferencias históricas que llevaron, por ejemplo, al hecho de que el bronce apareciera tempranamente en zonas de Oriente Medio y muy tarde en zonas de Mesoamérica o jamás en Oceanía. Para ello cita el hecho para él indudable de que la media de inteligencia de los aborígenes de Papúa Nueva Guinea, país en el que vive y trabaja durante amplias temporadas desde hace años, es superior a la europea o estadounidense actual. Y sin embargo el atraso tecnológico de los habitantes de aquellas tierras respecto de los segundos era abismal en el momento del contacto.


 

Si quieren conocer la explicación de Diamond les aconsejo leer el libro. El caso es que el mecanismo que justifica esa apreciación de Diamond acerca de la superior inteligencia de la población de Papúa es la ya citada. En las poblaciones dotadas de avanzados sistemas jurídicos, de seguridad y de gobiernos centrales las probabilidades de morir se centran en las enfermedades al margen, en general, de los genes que se porten. La muerte por asesinato o en guerra es excepcional o de bajo índice. En cambio, la causa principal de muerte en poblaciones poco densas y desposeídas de gobiernos como las tradicionales de Papúa es el asesinato o la guerra o los peligros del medio ambiente. En estas condiciones si importan los genes que se tienen, la inteligencia es un factor importante para escapar o, si se quiere, la estupidez suele llevar a la muerte en estos lugares. Son las personas menos estúpidas, más inteligentes las que traspasan sus genes sobre la base del diferencial reproductivo que les proporciona. (Diamond cita un segundo mecanismo para la superior inteligencia de los papúes relativa al desarrollo infantil: la alienación de los niños occidentales que pasan más de siete horas diarias frente al televisor o en la seguridad de sus escuelas frente a la fuente de estímulos para el desarrollo que supone la temprana e inevitable inmersión del niño de las sociedades tradicionales en sus medios)


 

Al margen de que la apreciación de Diamond acerca de la inteligencia de los habitantes de Papúa Nueva Guinea sea correcta, no parece improbable que un rasgo genético concreto pueda aparecer con alta frecuencia en una sociedad debido a presiones de la selección natural. Ocurre, como sabemos, con varios de ellos, así que, personalmente, no me sorprendería que alguna vez se anunciara la superior inteligencia media de determinada población sobre las demás.


 

Pero esto no haría a una etnia o población "superior" en el modo en que lo entienden los racistas al uso. Es la presión, y no alguna clase de innatismo exclusivo, la que puede generar un fenómeno como ese en cualquier población al margen de la pigmentación de su piel, su grupo sanguíneo o cualquier otro rasgo no relevante al problema concreto. Una población compuesta de personas con toda clase de color de piel, grupo sanguíneo o factor Rh, sometida a esas presiones evolucionaría hacia la misma situación. En cuanto tal presión desaparece, la tendencia se invertirá. Sea cual sea el factor innato, es común a todos los seres humanos, aunque individualmente existan diferencias significativas. Como media, aparecerá en toda población humana en esas circunstancias.


 

La cuestión ética


 

La ética funciona con su propia lógica. Debería evitarse caer en la falacia naturalista que consiste en creer en que si algo es natural, debe ser bueno. En el caso de la homosexualidad, por citar un ejemplo bien claro, los que no evitan tal peligro se empeñan en querer demostrar que no es "natural" o en que si lo es. Lo cual muestra que la apreciación ética es independiente. Resulta dudoso que cualquiera de las partes cambiara de opinión acerca del estatus ético de la homosexualidad si se estableciera cualquiera de las alternativas: que es o que no es natural.


 

Con la inteligencia ocurre otro tanto. Personas que tienen diferente aprecio ético por la discriminación de las personas comparten un empeño casi ridículo en mostrar que existen o que no existen diferencias medias significativas entre "razas", etnias o poblaciones cuando lo que se debate es la bondad o maldad de la discriminación, no la "naturalidad" de su origen.


 

Desde luego, se debe establecer la verdad sobre el hecho de la presencia de esas diferencias. En el caso de la homosexualidad, intentamos hacerlo aquí. Pero la cuestión ética es ajena a ese debate.


 

La discriminación es mala por sí misma, no porque la homosexualidad sea o no natural o lo sea la base de las diferencias medias sobre inteligencia. En el caso de la inteligencia, como decimos, ni siquiera existe esa diferencia salvo en el caso especial citado que no afecta a etnia alguna.


 

Pero aunque así fuese. Aunque existiera esa hasta ahora indetectada diferencia media entre poblaciones, la discriminación seguiría siendo "mala". Toda persona tiene derecho a ser tratada conforme a sus propios méritos y acciones y no sobre la base de los que puedan pertenecer a su población como una simple media aritmética o cualquier otro tratamiento estadístico.


 

No existen razas ni existe diferencia significativa media en la inteligencia de ninguna población. Pero no es este hecho ni el contrario, de darse, lo que haría indeseable a la discriminación por razón de pertenencia a un grupo. Las razones éticas son o deben ser suficientemente sólidas por sí mismas como para depender de si son o no naturales los factores implicados.


 

Espero, amigo Juan, que me haya podido explicar con más claridad que el otro día. Las razones de mi poca elocuencia aquél día son bien "naturales".