El nombre de Galileo Galilei aparece con mucha frecuencia cuando en un debate se ve rechazada una hipótesis inconsistente o una creencia irracional como argumento cuando cada uno de los razonamientos ha sido rebatido.
Se trata de establecer algún tipo de identidad entre el gran pisano y el defensor de la hipótesis heterodoxa sobre la base del común desprecio y humillación sufrida por el primero, como si el hecho de que en el caso del primero la hipótesis defendida acabara siendo correcta apoyara la veracidad de la del segundo.
Blondot, el científico francés que defendió hasta el final de sus días la existencia de los rayos N sufrió el mismo desprecio, y su memoria no ha sido vindicada respecto a esa cuestión. El hecho de ser rechazados no consiguió comunicar ni un solo ápice de realidad a los rayos N. Por cada caso como el de Galileo existen docenas como el de Blondot.
Lo que decide ante que clase de situación nos encontramos no es el hecho de ser rechazada o admitida cada hipótesis en el momento de ser formulada, sino el examen de los argumentos teóricos y experimentales que apoyan a unas y otras. Es decir, no sabemos que Galileo tenía razón por el rechazo, sino por las evidencias que sustentaban la hipótesis defendida por él, condenamos ese rechazo porque pusimos los medios para saber que tenía razón. Nadie apela a los casos contemporáneos, anteriores o posteriores en los que el rechazado expresaba un error. Galileo pidió que se tratara a todas las hipótesis de un modo determinado, y no el que él sufrió. Y precisamente es el debate sobre los argumentos, y el rechazo sobre la base del resultado de ese debate, lo que demandaba. Y esto tiene una doble dimensión, la primera comunicando un valor ético de justicia al trato, y una segunda puramente gnoseológica, asentando una mayor confianza en lo que se acepta o se rechaza.
Lo que el heterodoxo pide apelando al ejemplo de Galileo es que se repita el error. Porque no solo se cometen errores rechazando, también aceptando hipótesis de manera incorrecta. Los que condenaron a Galileo aceptaban por el mismo expediente la hipótesis que Galileo atacaba. Así, quien genuinamente trata de no repetir el error del caso Galileo es, precisamente, quien exige pruebas para cada afirmación.
Otro aspecto de la apelación a Galileo es aquel que pretende hacer un valor del enfrentamiento a los conocimientos sólidamente establecidos por el simple hecho de enfrentarlos. La contrapartida es que aceptar una teoría científica sostenida “oficialmente” es una cobardía o puro entreguismo. Naturalmente, es necesario ser valeroso para contradecir que la Tierra gira alrededor del Sol, y que es este el que gira alrededor de la Tierra, pero poco aporta al debate sobre la realidad del mecanismo del Sistema Solar salvo nuevos errores. El que ciertos valores, como la valentía, la sinceridad, etc sean necesarios en la actividad científica no los convierte en suficientes. En la historía del saber se han defendido con arrojo y osadía errores enormes.
Tampoco el que una hipótesis sea defendida por la “oficialidad” es garantía de error o de acierto. De ambos casos hay en la historia. Debemos sentirnos bien por el hecho de que, al menos en ámbitos académicos, la oficialidad se alinea al lado de Galileo y sus demandas metodológicas. El saber se construye con sus propias leyes, las del conocimiento. La ética es una exigencia que afecta a este, al conocimiento y su construcción, exactamente en la misma medida que a cualquier otra actividad.
3 comentarios:
Yo también opino lo mismo:
Por ejemplo aquí hay algo interesante:
http://quantumfuture.net/sp/index.html
Saludos, Asigan. Tras haber perdido la pista de "Saber/Creer", celebro reencontrarte aquí para comprobar que tu activismo escéptico sigue igual de vivo y tu lengua tan afilada como siempre. Hacéis falta.
Abrazos.
Toni, es un placer verte por aquí. Gracias por tus palabras.
Aunque veo que Mítica está practicamente abandonada, cosa que lamento profundamente, debo decirte que te seguí hasta tu blog de poesía, el cual leo de vez en cuando.
Lo dicho, gracias por leerme.
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