A raíz de una crítica a un artículo de Manuel Capella, que inauguró este blog, se produjo un debate en el foro de la página de Capella y acabo extendiéndose a los foros de la SEIP. Capella anunció allí un comentario a toda la polémica que publicó en “Desde mi pantalla”, una sección de su página, así como una continuación o ampliación del artículo original que ya ha publicado con el título de “Nuestro sabio interior 2” en la misma página y del que nos ocuparemos en los próximos días. Comentaré ahora sus impresiones expuestas en “Desde mi pantalla” que titula “Polémicas de sabios y burros con morcillas y peras incluidas” con dedicatoria a “mis amigos los críticos”, entre los cuales debo sentirme incluido, y publicado en su página el día 14 de noviembre.
Comienza su escrito Capella con referencias a la crítica publicada aquí ( y en Saber-Creer ) y mostrándose sorprendido de que se critique algo que, según él, sostienen muchas personas competentes, entre ellas médicos y psicólogos. Hay que aclarar que no se trata de un contenido de la medicina o la psicología, sino en todo caso de opiniones sostenidas por personas de diferentes profesiones, de las cuales ofrece Capella citas, y que se trata de meras especulaciones que no forman parte del corpus académico de esas disciplinas. Por ejemplo, habla del mito del porcentaje de cerebro supuestamente no utilizado.
La sorpresa de Capella parece provenir del hecho de que son más personas además de él mismo las que están más o menos de acuerdo con sus afirmaciones. Nunca he dicho que esas opiniones sean, en todos sus aspectos, originales o exclusivas de Capella, pero si que él es el autor de un artículo en el que se expresan sus propias opiniones al respecto y a su exposición se dirige la crítica que en su día realicé. Yo critico ciertas manifestaciones cuyo autor es Capella, que les presta su apoyo favorable y que no son citas de artículos u otros escritos ajenos. Critico un artículo de Manuel Capella.
Dice Capella que el contenido de aquél artículo era este: “que en el interior de todos los seres humanos se albergan una serie de recursos, capacidades y facultades que no son utilizadas, que subyacen en nuestra mente y cuya manifestación irrumpe a veces en nuestra mente consciente de forma prodigiosa”.
Bien, el texto anterior aparece así, entrecomillado, dando a entender, aunque tal vez sin pretenderlo, que se trata de una cita original y literal que podemos encontrar en el artículo original, pero esas frases no se encuentran en aquél artículo. Ni ese es el contenido del artículo ni yo hice referencia alguna a esa cuestión. Prácticamente la totalidad de aquél artículo se dedicaba a hablar de un “sabio interior”, metáfora que parece referirse a algo llamado el subconsciente. Es cierto que le asigna facultades, capacidades y recursos, pero en ningún caso se trata de algo oculto o sin desarrollar o que irrumpa en nuestra mente consciente y mucho menos que no se utilice, sino todo lo contrario, se trata de realizaciones cotidianas como el descanso durante el sueño, saciar la sed o de la digestión de los alimentos. Capella dice expresamente que el “subconsciente”, ese sabio, realiza un cálculo exacto del agua necesaria para saciar la sed, las horas de duración de un sueño reparador o el cálculo de la proporción exacta de las sustancias implicadas en la digestión, entre otras muchas cosas que ya cité en la crítica original. No sé hasta que punto es cierto que esa no sea una idea original de Capella, pero no he visto hasta ahora ninguna cita que apoye su opinión, aunque algo así sería irrelevante, la verdad no se decide por referéndum. En todo ello subyace una confusión entre procesos inconscientes, regulados por el sistema nervioso central sin necesidad de acción voluntaria por nuestra parte, con los procesos mecánicos, automáticos, totalmente independientes de la mente, sea esta consciente o inconsciente. Criticaba yo la falta de justificación para sostener todo esto en abierto enfrentamiento con los sólidos conocimientos acerca de los mecanismos que regulan esos procesos.
Dice Capella que el no pretendía hacer una artículo en el que se ofrecieran datos empíricos a favor de los sostenido y que es el primero en reconocer que su escrito contiene errores, que otros artículos suyos son mucho más “delirantes” y que sus errores son cotidianos, no avergonzándose de ellos. Que son, en definitiva, artículos de opinión. En realidad, en afirmar precisamente eso es en lo que consiste la crítica realizada por mí, en destacar el carácter especulativo de sus palabras. En mi opinión, el tono general de su artículo es parecido al usado en la divulgación y puede mover a pensar que se trata de información acerca de los mecanismos que operan en el organismo humano y sus presuntas potencialidades. Pero sin ser así, se trata de una opinión y como tal es criticable, bien sea para apoyarla bien para enfrentarla. El hecho de que se trate de una opinión no lo deja exento de las exigencias de rigor que afectan a la formación de las opiniones. Sus opiniones pueden ser compartidas o no y ello suele obedecer a una valoración de los argumentos empleados o del razonamiento general, y eso es precisamente lo que yo hago. Pero es que en algunas de las cuestiones abordadas por el artículo nos encontramos con algunas que no son opinables, en el sentido de que existe suficiente evidencia para pronunciarse. En determinadas circunstancias, formarse una opinión contraria a la evidencia disponible es una acción básicamente irracional.
Dice sentirse en una especie de “tierra de nadie” situada entre dos tipos de fundamentalismos. Uno, el que representan aquellos cuyas “opiniones” no cree Capella pero que son igualmente especulaciones. El otro el de quienes podrían identificarse como los “escépticos” modernos tipo ARP. Hay en este párrafo una situación algo confusa. Dice primero Capella que los escépticos son fundamentalistas porque pretenden decir que “de aquí para allá todo es malo, todo es corrupción, incultura, fraude, superstición”. Y luego parece referirse a ellos como aquellos que “les molesta que en nuestra legitimo derecho nos guste la astrología, la hipnosis y la parapsicología.”
Puede que algunas personas presenten los dos rasgos, pero no veo la necesidad de que vayan unidos, ni me parece que a quienes les molestan las aficiones de los demás se les pueda llamar escépticos, que es una postura epistémica. Ni veo como pretende determinar Capella quién se encuentra en ese caso, salvo que alguien se lo manifieste así, cosa que yo no he hecho, ni Capella me achaca, que yo sepa. En todo caso, también tienen derecho esas personas a sentirse molestos, mientras no impidan esas aficiones. Pero no puede llamarse fundamentalista a quién opina de manera contraria a Capella mientras argumente su postura. El fraude, la superstición la incultura y la corrupción son cuestiones bien delimitadas en general, y no veo cómo puede sostenerse que acusar de supersticioso a quien sostiene creencias reconocidamente irracionales o poco sólidas en cuestiones con evidencias decisivas pueda ser llamado fundamentalista. Una discusión sobre los límites de la superstición es posible, pero no veo por qué ninguna de la partes debe asignar fundamentalismo a la otra por ello. Considerar al otro equivocado en determinada cuestión es algo legítimo, hasta cierto punto, pero llamarlo fundamentalista porque en su opinión es el otro quién mantiene opiniones poco razonables supone que en toda discusión participa, al menos, un fundamentalista, al margen de sus argumentos. Un auténtico absurdo.
Dice Capella refiriéndose a los escépticos “que hay que saber diferenciar entre ser "detractor" y "escéptico". Los primeros suelen estar en contra de lo que ellos mismos no son capaces de demostrar. Sin embargo, los escépticos suelen poner en duda el fenómeno en cuestión, pero incluso se preocupan en investigarlo. Pues a veces, los mensajes de los críticos se asemejan más a lo primero que a lo segundo. Honradamente, yo lo veo así.”
Aunque no tengo ningún motivo para dudar de la sinceridad y honradez de la “visión” de Capella sobre esto, creo que está profundamente equivocado. Todo el mundo puede estar en desacuerdo con determinadas afirmaciones sin necesidad de estar en condiciones de ofrecer una alternativa explicativa de la cuestión en debate. En un juicio, por ejemplo, podemos señalar con toda legitimidad que los cargos contra el acusado son inconsistentes, poco sólidos o directamente contradictorios, y rechazarlos sobre esa base, sin que estemos obligados a ofrecer la identidad del verdadero culpable. Y no por ellos somos detractores, sino escépticos respecto a la acusación. Y no precisamos, obviamente, investigar para evaluar las pruebas y argumentos que se nos ofrecen y, en su caso, rechazarlos. Es normal, pues, que Capella contemple esa similitud, simplemente, está equivocado respecto a la cuestión.
Hay una referencia a cierto ejemplo propuesto por Capella, respecto a peras tridimensionales en un mundo bidimensional y a la incapacidad de algunos- concretamente la mía, pues conmigo mantuvo esa conversación- para entenderlo, cuando no se trata de mera falta de voluntad para ello. Considero que en aquella conversación se aclaró esa cuestión y, puesto que este artículo me parece escrito en fecha anterior a esa aclaración, no creo conveniente incidir en ello. Quien tenga paciencia para leer aquello juzgará.
Pasa Capella a hacer unas consideraciones acerca de la fortaleza que se debe mostrar ante los enigmas del mundo, la conveniencia de no creer sin fundamento- o de creerlo todo, que ambas cosas dice- y de hacerse una opinión libre. Es evidente que todo el mundo cree encontrase en esa situación, incluso el más fundamentalista, por usar su expresión. Nadie sostiene a sabiendas una opinión que cree equivocada, pero no todo el mundo lo consigue, aunque no lo sepa, y esas referencias generales, sin mención a los medios para obtener todo ello, no tiene demasiada trascendencia.
Termina su reflexión haciendo referencia a algunas cuestiones como que la vida puede ser sueño y el sueño la verdadera realidad, que al vida es muerte y la muerte vida y que nadie puede asegurar contra nada de ello. Es un error muy común confundir saber racional con certeza. Saber algo no consiste en ser infalible sobre ello, sino en tener razones justificadas para sostenerlo. Efectivamente, la Tierra puede ser triangular, en lugar de aproximadamente esférica, pero quien sostiene lo primero frente a lo segundo o no es capaz de decidirse por una opción en la actual situación del conocimiento no puede aspirar a que su opinión sea considerada algo más que irracional.
Para terminar, no quiero dejar de mencionar algo. Se trata del uso de la expresión “burro” tanto en el título de este escrito como en diferentes ocasiones a lo largo del mismo. En ningún momento he usado esa expresión en mi anterior crítica al artículo de Capella ni en las conversaciones mantenidas con él en los diferentes foros ni he dado a entender en ningún momento que yo piense eso de Capella.
miércoles, diciembre 01, 2004
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2 comentarios:
«Capella dice expresamente que el “subconsciente”, ese sabio, realiza un cálculo exacto del agua necesaria para saciar la sed».
A mí me dijo un médico que el mecanismo por el cual la necesidad física de agua se transforma en sed es bastante imperfecto; en concreto estábamos a punto de emprender una excursión y nos dieron consejos sobre cuánta agua beber aunque no tuvieramos sed, para que la deshidratación no hiciera mella en nosotros.
-- Pedro Gimeno
Siempre se recomienda ingerir una cantidad de agua (que varía en función del esfuerzo, temperatura...) cada X tiempo, independientemente de la sensación o no de sed.
Es más, yo puedo dar fé de que cuando se alcanza un grado de deshidratación considerable (por ejemplo, perder unos 4 kilos de peso, a pesar de haber bebido un par de litros durante el recorrido, tras subir y bajar al Mulhacén (23 km con un desnivel total de unos cuatro mil metros entre subida y bajada) en pleno mes de agosto...) la sensación de sed desaparece e incluso cuesta bastante ingerir alimentos.
En esa situación hay que decirle al "sabio interior" que no hay más remedio que intentar beber y comer, si no quieres acabar mal, por mucho que éste no quiera.
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